viernes, 10 de julio de 2009

EL PELUQUERO
Hace años había una peluquería en la calle Buenos Aires cuyo espacio se podría considerar minúsculo, nunca antes había visto una peluquería tan pequeña. Se entraba a ella a través de una puerta muy estrecha entre dos ventanas, justo a la izquierda se encontraba un banco de aproximadamente 1 m de longitud en el que se sentaban los hombres. Desde aquí se podía observar un calendario muy antiguo en el que aparecía una chica Pin-up como salida de la taquilla de un soldado americano de los años 40. El ancho del local se puede describir rápidamente: con los brazos abiertos hacia los lados se tocaban ambas paredes. A continuación a mano derecha estaba un lavabo de manos y justo enfrente había colgado un espejo semi inclinado en el que ya no se reflejaba nítidamente, este era el lugar de trabajo del peluquero. A continuación un largo colgador de toallas y ya al fondo en la esquina derecha se veía un viejo sillón de peluquería de hierro forjado. En este sillón se sentaba el cliente para cortar el pelo y se le elevaba con un pedal, hasta que tuviera delante de los ojos la bombilla toda salpicada de caca de moscas (su luz de trabajo). El cuarto se cerraba a la izquierda con una puerta estrecha que solamente se podía atravesar poniendo un hombro delante del otro; En el suelo, detrás de la puerta, a través de una ranura de aproximadamente 20 cm de ancho se podían ver los pelos cortados desde su inauguración hace x años, de todos los colores habidos y por haber. Ahora mis pelos también se unirían a esos. Es posible que también estuvieran allí los pelos que Cristóbal, dejó que le cortaran el día de su boda en 1986. Mi primer contacto con el peluquero tuvo lugar en el garaje de Pepe. El maestro viajaba durante todo el día con una bicicleta completamente oxidada de un lado para otro: En la pierna del pantalón llevaba una pinza de la ropa para evitar que ésta se metiera entre la cadena de la bicicleta. Su herramienta de trabajo la tenía en un pequeño bolso de médico cuya asa estaba reparada con un cordón. Empezó a cortarme el pelo con su mano experta tan meticulosa e intensamente que después del corte tenía agujetas en los músculos del pelo. Una vez me pidió que le trajese tijeras especiales de Alemania, debían estar fabricadas concretamente en Solingen. Se las regalé y desde entonces nunca más tuve que esperar para cortarme el pelo.

1 comentario:

  1. hola, he caido por casualidad en este blog y lo cierto es que me ha encantado lo poco que he podido leer (por falta de tiempo) enhorabuena por dedicarle este tiempo a este pequeño pueblecito que como otros tiene grandes personas e historias que contar.

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